Dejaba todo lo que alguna vez quiso en su vida, librando su destino en las manos del viento. Todo dejaba por anhelar lo desconocido, lo oculto, lo nunca descubierto, anhelar ser el descubridor de lo asombroso que rondaba su mente. Ignorando su locura, se perdía en extraños delirios de los que no sabía si alguna vez volvería cuerdo. Lo que nunca había visto, lo que soñaba ver, lo que necesitaba ver. Eso era, la necesidad de algo nuevo. Algo que nunca había tenido.
Y así partió en su viaje, lleno de emoción, lleno de intriga, lleno de preguntas en busca de respuestas, y por sobre todo, lleno de necesidad. Necesitaba esa agua, necesitaba ese oasis en medio de un profundo desierto, necesitaba ese gran respiro. Y así se preparó, tomando un pequeño trago de wisky y recostándose sobre el sillón donde descansaría. Tomó su arma, mirándola con esa melancolía que llenaba todo su ser, y la llevo a su lugar de partida. Sin pensarlo dos veces, apretó el gatillo. Toda esperanza yacía sobre la fosa de su alma, que esta vez, verdaderamente era presa del dolor y la locura eterna.
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